Impertinencias relacionadas con el pensamiento políticamente correcto de periodistas y políticos de las Islas Canarias



3 de octubre de 2012

#Tfesemueve


Como era previsible, el Parlamento Europeo aceptó las enmiendas para la inclusión de Tenerife en la Red Transeuropea de Transporte. Y, de igual forma previsible, pronto se sacó pecho para proclamar urbi et orbe el gran triunfo de la sociedad civil. Vayamos por partes. Difícilmente puede considerarse un triunfo de la sociedad civil un movimiento que estaba claramente capitaneado por el Cabildo de Tenerife. Bien sea por confiar en la preparación y excelente nivel de contactos del vicepresidente Carlos Alonso o bien atendiendo a la legendaria capacidad cabildicia para ser el niño en el bautizo, el novio en la boda o el muerto en el entierro.
Esa presencia política dio pie a ciertos exabruptos que resultaban extraños en boca del resto de integrantes de la plataforma #Tfesemueve. Arremeter contra un operador aéreo que toma decisiones soberanas en función de sus intereses (criticaban que Binter se opusiese enlazar de forma directa Tenerife con destinos en África cuando hasta ahora lo hace eficazmente vía Gran Canaria), alentando viejos prejuicios pleitistas entre islas o faltando a la verdad cuando se permiten anuncios preguntando si queremos en el futuro tener que pasar por Gando para poder viajar a Madrid en avión, lo que en absoluto estaba en cuestión. Un dislate.
Llamativo resulta que toda idea de futuro que podamos plantear siga teniendo que ver con la obtención de financiación para infraestructuras. Estar en la RED supone poder pelear por los 50 mil millones de euros que se van a invertir en los próximos 25 años, un pastel demasiado goloso para dejarlo pasar. Esto en un país que, según un estudio del Instituto de Estudios Económicos, ocupa el décimo lugar del mundo por calidad de infraestructuras. No hay otra categoría en la que España ocupe una posición tan de privilegio, mucho menos a la hora de contar con libertad económica (puesto 34, según el trabajo conjunto del Cato Institute y del Frasier Institute) o de facilitar la puesta en marcha de una empresa (puesto 44, ‘Doing Business’, del Banco Mundial). Por eso tenemos aeropuertos sin aviones o asistimos impertérritos a debates sobre cobros del 3% sin que la UE se corte a la hora de extender la chequera.
Se nos ha dicho también, que quedándonos fuera, nuestro futuro estaba en entredicho pero nadie parece reparar que nuestro Puerto de Santa Cruz tiene hoy menos tráfico que en 1996, que el Puerto de Granadilla no sale adelante por la pasividad y el miedo de los políticos (por cierto, honestamente, ¿es hoy necesario ese nuevo recinto portuario?), o que desde principio de los noventa el Cabildo nunca ha sabido qué quiere hacer en el Aeropuerto del Sur, más allá de contratar a un arquitecto de fama internacional para el edificio terminal o marear a todo el mundo sobre si convenía más una segunda pista que permitiese operaciones alternativas o simultáneas. Está bien presumir de unidad y logros pero no parece de recibo confundir a quienes han venido siendo parte esencial del problema con una solución de telediario.

Original publicado en ABC

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