Da la sensación de que el carácter de Paulino Rivero se va agriando poco a poco. Sus poco meditadas respuestas a las críticas del Círculo de Empresarios de Gran Canaria, enmarcándolas en una estrategia común con el PP, son tan disparatadas como es usual pero añaden un elemento de preocupación. Descalificando se evita entrar a debatir, acaso lo que pretenden desde el Gobierno. No parece acertado desconsiderar juicios de terceros o atribuirlos a una malévola influencia del ministro Soria, colocando a quien la emite en una posición incómoda como ariete de una visión partidista concreta o cometiendo un delito de lesa patria. Por ahí no debemos pasar puesto que existen motivos suficientes para el reproche a este gobierno empeñado en tener una economía planificada de nuevo cuño pero con los resultados conocidos de pobreza y resignación.
No hay nada pro PP en decir que no es aceptable que un proyecto para construir un campo de golf tarde 10 años en salir adelante o que un muelle deportivo precise de 15 años. Es más, inversiones mimadas por ser políticamente correctas y generosamente subvencionadas, tal es el caso de las energías renovables, requieren de dos años de intenso trabajo administrativo. No resulta extraño que, mientras vemos que Cataluña lanza Barcelona World o Madrid acoge Eurovegas, en Canarias no se abre un hotel nuevo desde el año 2008 y no parece que nadie de fuera tenga la más mínima intención de invertir en este paraíso de la burocracia. ¿Criticar esto es defender la bandera del PP? ¡Ojalá los populares y el resto de partidos con poder suficiente fuesen capaces de acabar con tan delirante situación!
Claro que Rivero también afirma que «lo que quieren los empresarios es que no exista control alguno, que se pueda hacer lo que se quiera en el territorio aprovechando la situación de crisis o la promesa de crear empleo». Doble melonada pues nada de esto se dice en el documento citado, pero lo sustantivo viene en la segunda parte del argumento presidencial, explicando que la crisis es una excusa cuando más bien devora nuestros escasos recursos y ha colocado nuestra tasa de desempleo en el 33%. Conviene repetir la pregunta de los empresarios: ¿Cuál es el límite que están dispuestos a alcanzar de canarios sin empleo antes de ponerse a trabajar?
Parte de los problemas de las islas están propiciados por la cegata forma de entender las cosas del propio Rivero. En una entrevista radiofónica afirmó que entiende que algunos ciudadanos quieran más sanidad o educación privada, pero que Canarias «no es Euskadi o Cataluña donde las rentas son más altas y las personas tienen más opciones de elegir». Demuestra que, al contrario de lo que proclama, no entiende nada. Los países no tienen generosos estados del bienestar y luego se desarrollan sino que sucede lo contrario. Primero crecen económicamente y posteriormente se han ido dotando de ciertos servicios más o menos universales. Confundir la sincronía demuestra que Rivero es más parte del problema que de la solución, por más que pretenda seguir cerrando círculos.