Impertinencias relacionadas con el pensamiento políticamente correcto de periodistas y políticos de las Islas Canarias



22 de febrero de 2011

Tampoco casinos. IMPERTIENCIAS LIBERALES - ANTONIO SALAZAR. ABC 22/02/2011

Una empresa norteamericana plantea la posibilidad de instalar una mini Las Vegas en Europa y todo el mundo mira para España tratando de fijar el objetivo del grupo Las Vegas Sands (LVS) propietarios de casinos de juego en Estados Unidos, Singapur y Macao. Seguramente vale la pena, pues anuncian una inversión de entre 10 y 15 mil millones de euros y la creación de 180.000 puestos de trabajo. Empero, se pasa por alto que ya hubo un proyecto similar para hacer del árido territorio aragonés de Los Monegros nuestra particular ciudad del pecado («sin city», como es conocida popularmente Las Vegas).

La Gran Scala —así se llamaría— debería haber entrado en funcionamiento el año pasado y se ha ido desinflando desde la primera inversión anunciada de 17 mil millones de euros y una actuación sobre 2 mil hectáreas y que incluiría campos de golf, 32 hoteles, casinos, 5 parques temáticos, hipódromo y hasta una plaza de toros. La oposición de muchos sectores han disminuído notablemente las expectativas sobre el proyecto y ahora se tendrán que conformar con algo de mucho menor tamaño e importancia. No es necesario recordar lo que ocurrió con la instalación del EuroDisney, que terminó en Francia por la falta de atractivo de nuestro país.

En su reciente libro, José Carlos Francisco («La reforma necesaria. Canarias ante la crisis de nuestras vidas») apuesta por convertir a Canarias en el «patio de recreo de Europa», pues América ya tiene el suyo —Las Vegas, 36 millones de turistas— y Asia el suyo —Macao, cuyos treinta casinos facturaron el último año fiscal 15 mil millones de dólares—.

La idea es arriesgada y bien valdría estudiarla, no en vano parece que existe un turismo que demanda una potente industria de ocio que no estaría centrada solo en el juego en salas —a decir verdad, parece que la irrupción del juego online amenaza también a los casinos— sino en todo lo que ello conlleva y que estaba en el proyecto original de Los Monegros.

Se podría hacer, tal y como propone Francisco, sobre nuestros espacios obsoletos y provocar una transformación agresiva que vendría de la mano de inversores privados de la industria del ocio. ¿Seguro? No se le habrá pasado por alto al presidente de la CEOE que en la isla de Tenerife, sin ir más lejos, los casinos de juego son propiedad del Cabildo Insular y que en 2008 ya estuvieron por aquí representantes de una de las más emblemáticas salas de la ciudad norteamericana con el fin de invertir en un hotel con casino por importe de 600 millones de euros y se llevaron un no por respuesta ya que la norma no lo contempla.

Por cierto, pura lógica burocrática: los casinos de Tenerife perdieron en 2009 la nada despreciable cifra de más de tres millones de euros. El matemático uruguayo Ernesto Mordeki se plantea en un interesante trabajo si puede perder dinero un casino y llega a la conclusión de que es una posibilidad despreciable. No conoce a nuestros políticos.

15 de febrero de 2011

Romper un Monopolio - IMPERTINENCIAS ANTONIO SALAZAR - ABC 8/2/2011

Es notable la retórica de los políticos, máxime cuando tratan de explicar que lo único que los mueve en su quehacer diario es el afán de servicio, siempre subordinado al interés general (ese que ellos mismos definen). No escapa a ese tópico político Ricardo Melchior, presidente del Cabildo de Tenerife, quien ha explicado que la única razón que le impulsa a presentarse a la reelección es «acabar con el monopolio de Telefónica» y que será este su último mandato, «así se caiga el mundo».

¡Notable, y por partida doble! Nótese el énfasis que se pone en señalar que no está dispuesto a más sacrificios, ni siquiera en caso de hecatombe torcería su férrea voluntad, considerando que su misión está más que cumplida. Recuerda vaporosamente a Hosni Mubarak, presidente de Egipto, muy cuestionado por su pueblo y la comunidad internacional, cuando anunció que no se presentaría a la reelección pues su servicio al país ha sido ya suficiente, lo que nos lleva a concluir que el poder tiene el mismo efecto obnubilante en cualquiera que lo ostente o detente.

Pero aun más llamativa es la otra afirmación, cuando anuncia que el único fin que le lleva a una nueva cita electoral es lo que nos presenta como una misión vital: acabar con un monopolio. En las sociedades abiertas —no soy tan ingenuo para creer que vivimos en una de ellas—, la única posibilidad de acabar con monopolios privados es tener el campo de juego limpio como una patena de trabas administrativas y leyes que capen la iniciativa empresarial.

Puede haber, sin que ello implicara problema alguno, un operador con un monopolio otorgado por sus consumidores, quienes premian así su eficacia y atención a los intereses de aquellos. Si en algún momento quebrasen su confianza, habrá otros operadores con posibilidades de sustituirlos y los políticos nada deberían hacer en un caso ni en el otro.

También puede ser que exista un operador monopólico privado que aproveche sus conexiones con políticos para mantener ese status, o que proceda de un antiguo monopolio público y se siga beneficiando de pasadas prebendas. Tampoco aquí cabe la intervención política pues es sabido que la solución no puede pasar por crear competencia desde una acción pública, que nunca tendrá las consecuencias benéficas que sí tiene cuando es privada, esto es, mejora de calidad y abaratamiento de los precios.

Podría pasar que el sueño de Melchior estuviese justificado y que desde la entrada en funcionamiento del nuevo cable submarino los precios bajasen, pero cabría preguntarse si esto sucederá como una consecuencia deseable de la dinámica del mercado —sano— o por la imposición de un precio de servicio que justifique la acción política y el gasto de los más de 115 millones de euros que costará la instalación —insano—.

Es cierto que existen motivos para sospechar, a fin de cuentas, el propio Cabildo tiene una dilatada experiencia como empresario público y, lo que son las cosas, sin éxitos reconocibles. Así que más vale monopolio conocido que duopolio por conocer.