No ha tenido empacho el presidente del Gobierno canario, Paulino Rivero, en mostrar su contrariedad con los empresarios por no haber incrementado la contratación de trabajadores pese a la mejora de la ocupación hotelera de los últimos meses. La crítica tiene lógica política mas no económica; Rivero anunció en el debate sobre el estado de la nacionalidad que este año se crearían en Canarias 80 mil puestos de trabajo (por contextualizar la cifra, el 10% de los ofrecidos en toda España por el PSOE de 1982 y cuyos resultados podrían ser similares) demostrando que saldríamos de la crisis antes que el resto del Estado.
Teniendo en cuenta que las elecciones de mayo están a la vuelta de la esquina, el presidente ve cómo los resultados estropean tan pintoresca predicción. Claro que tiene motivos para la decepción, pero en un comportamiento muy habitual de la clase política, cuando las cosas no salen como ellos pronostican, entonces la culpa habrá de ser buscada en terceros, máximo si buscan a un chivo expiatorio con tan mala imagen —creada en buena parte por políticos de todos los partidos y sus cooperadores necesarios, los sindicatos— como son los empresarios. Pero haría bien en preguntarse Rivero y quienes comparten su aserto por qué, si las condiciones son tan propicias, no se producen más contrataciones arriesgando la calidad del producto dado. Claro que los políticos no son muy dados a esos pensamientos, teniendo un culpable a mano —la codicia es siempre reprobable— y siendo los tiempos siempre cortos, así que para qué andarse con chiquitas.
Pero más cierto es, todavía, que la repentina ocupación hotelera tiene visos de ser circunstancial y su sostenibilidad a largo plazo está por ver, por lo que la confianza en el futuro no se ha instalado por más que algunos consideren que sólo con proclamar que la crisis ha quedado atrás esto ocurre. Ocurre, también, que los operadores turísticos venían insistiendo en la falta de competitividad ante los destinos emergentes —sí, esos mismos que ven caer sus ocupaciones por la inestabilidad de sus regímenes políticos— por el excesivo coste de nuestra mano de obra y escasa productividad, por lo que es posible que los cambios que trae la situación que nos toca vivir vengan de la mano del reconocimiento de que se puede atender más habitaciones y clientes con menos personal sin que se resista la calidad del producto final ofrecido. Si esto es así, bien harían los políticos en evitar tendencias demagógicas y dejar de intervenir también —al menos, en sus intenciones— en las políticas de contratación de las empresas, que para ese papel de tonto útil ya están algunos sindicatos, como CC OO, al que tiempo le ha faltado para anunciar una posible huelga en plena Semana Santa. Soluciones habituales para problemas nuevos, lo de siempre.
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