Normas estúpidas provocan, con frecuencia, resultados estúpidos. Al menos esto debería saber el director general de Comercio del Gobierno de Canarias, Gustavo Matos, cuyo departamento ha abierto expediente a un grupo de franquicias por adelantar su particular periodo de rebajas, colocándolas donde más podrían apreciarlas sus clientes: antes de Reyes.
Dice don Gustavo que había un pacto de la comisión insular de comercio en el que se establecía cuándo empezarían las rebajas, comisión que está compuesta por los sospechosos habituales, aquellos que jamás han tenido un comercio competitivo y cuya única razón de ser es quedarse tuertos con tal de dejar ciego al vecino. Comisiones insulares que, claro está, no representan a todo el comercio y mucho menos a las grandes superficies comerciales, por más que pretendan darle carácter imperativo a sus conclusiones.
También dice el director general que con normas así pretenden favorecer al pequeño comercio, pero no puede no saber que en realidad no daña a los grandes establecimientos comerciales, sino al conjunto de los ciudadanos que, escasos de presupuestos, intentan apurar sus tiempos de compra a los magros dineros de los que disponen. La retórica es apabullante, tanto como su falta de lógica económica, pues no se establece una lucha entre pequeños y grandes que debe dilucidar un benévolo y sabio gobernante, sino entre «lobbistas» que conspiran contra el interés de los ciudadanos y estos últimos, desprovistos de cualquier capacidad de interlocución ante el Gobierno (pensar que las subvencionadas organizaciones que defienden a los consumidores hacen remotamente algo parecido a esto es broma de mal gusto).
El lector se preguntará: ¿Por qué se puede expedientar a un comercio si coloca un cartel de rebajas en su escaparate cuando ha podido ver centenares de tiendas durante todo el año con descuentos importantes? Porque en esa lógica estúpida de quien jamás ha tenido un comercio pero sí un boletín oficial, se considera que los consumidores reaccionamos de manera distinta ante la palabra «rebaja» que ante sinónimos como «descuento» o «todo al 50%», por poner ejemplos cotidianos, es decir, parten del convencimiento de que los clientes somos unos infantes cuya salud económica hay que preservar, aunque, eso sí, por nuestro bien.
¿Qué tienen de malo las rebajas? Por supuesto que nada. Los consumidores consiguen más baratas mercancías que aprecian, ahorrando un dinero que pueden guardar o destinar para comprar otros bienes que igualmente necesitan o quieren. A un comerciante competitivo le permite darle salida a sus mercancías almacenadas, corregir errores previos en sus estimaciones y adecuarse rápidamente a los deseos de los clientes, función que no puede ser regulada por ningún grupo de burócratas creídos de contar con una información que solo está al alcance de los empresarios individuales. Es por ello que nos encontramos con una Dirección General de Comercio que no vela por los intereses de los consumidores, cuyas penurias para llegar a fin de mes le traen sin cuidado, sino tan solo los de aquellos que, siendo ineficientes como empresarios, buscan el amparo salvador del imperativo legal.